Vamos a contar mentiras, por Ana García Negrete

Texto escrito para la presentación del libro en el Ateneo de Santander, 2021.

El libro que hoy nos traen aquí la editora Lidia López Miguel y Nieves Álvarez, su autora,  es una magnífica crónica de los años negros, muy negros, de nuestra España casi reciente de la que personalmente he aprendido algunas cosas importantes. Quien quiera saber la intrahistoria que ha atravesado nuestra geografía, en los pequeños pueblos y en los hogares enumerativos de manera atroz, puede leer con confianza este libro poblado de sinceridad familiar,  sucedidos contrastados, notas al margen y actos verídicos que los vencedores de una guerra civil que ellos iniciaron, ejercieron sobre a las gentes atemorizadas de una España todavía atenazada por una cultura de obediencia acrítica y a menudo semianalfabeta, al margen de la represión habida. 

Escrito de manera concisa y directa, de frases cortas, sin pretensiones ni alardes digresivos que  adulteren los acontecimientos que la interesa decir, hace de hecho, más efectiva la traslación al lector de su trama realista, al levantar casi un acta notarial de los acontecimientos que va narrando. Usa por lo tanto el lenguaje de lo común, de lo real vivencialmente, cotidianamente, que piensa y habla como lo hicieron los protagonistas de la primera mitad del siglo pasado. Sin embargo, se detiene en algunas descripciones sobre lo sentido, el sufrimiento real de los personajes, lo que esperan y desesperan. Hambre, miseria, suciedad, ultrajes, palizas…

 Vivir es saber lo que se sabe, insiste Nieves, y seguir adelante. Para contarlo utiliza puntos de vista distintos en ocasiones, dependiendo de la posición de cada personaje y lo que ha visto y oído, enriqueciendo una trama basada en hechos reales bien contrastados.

Empieza el libro citando a escritores que han conocido en su mayoría el exilio, la persecución y la barbarie producida a lo largo del siglo XX. Memoria, resistencia, valentía y salvación son las reflexiones que Nieves ha elegido. No hay por tanto referencias sobre venganza, destrucción del contrario, revancha, ni nada parecido. Y lo resalto porque cuando se habla de esta memoria tan nuestra, tan de todos nosotros, se esgrimen argumentos tales por los que la niegan, lo que desborda la intención real de quienes pretenden conocer y remediar, conciliar y seguir adelante construyendo vida y experiencia. Tras cerrarse malamente un capítulo de la historia, siempre quedará abierto. No deberían por lo tanto retorcerse torticeramente las verdaderas intenciones de una mayoría.

El prólogo de JR Barat  subraya el título que con ironía nos propone recorrer “ese tiempo en el que ni siquiera en los libros se estudiaba la verdad”. Ahora ya podemos saber lo que sucedió, pero no deja de ser un acto voluntario. La guerra y la dictadura recientes, se encuentran plagadas de pequeñas historias que hacen la Historia verdadera y no un tejido confuso de propaganda oficial y mentira solapada, en libros educativos, discursos, y sermones de la iglesia de entonces. De tal manera que la población llegó a creer  a pies juntillas algo que le contaron y que constituyó una leyenda que era mejor acatar y callar. En parte el miedo aconsejaba no meterse en líos, como dice María, y mirar hacia otra parte, cuestión que los totalitarismos saben hacer bien. En parte, porque la leyenda hunde sus raíces en ese analfabetismo secular de nuestro país en el que interesó mantener a las gentes porque la sumisión se alimenta con la ignorancia. No debe dejarse al margen el poder omnímodo de la iglesia y su influencia, que en el caso de María y otras gentes del pueblo era determinante hasta que consigue, a duras penas, liberarse temporalmente del mismo. La literatura y el cine están plagados de estos testimonios contados por anónimos personajes a escritores y cineastas que dan la verdadera vida a la necesaria historia profesoral y académica.

En el primer libro de Nieves, Alicia en el país de la alegría, inicia la historia justo donde termina  Vamos a contar mentiras, segunda en escribirse pero primera en el espacio temporal tratado. Una niña nace, aparentemente muerta, y renace como feliz metáfora de un relato sobrecogedor. La niña no es otra que la futura Alicia, protagonista  y narradora de la primera novela  que llegando a la edad adulta, puede contar lo que sucedió en la segunda, y  en la que en ocasiones cambia el papel de narradora distante para  inmiscuirse en primera persona dando un quiebro a la narración para llamar a la reflexión sobre algo que necesita decir o recordar a sus lectores. 

Diríamos que, si la curiosidad infinita, los interrogantes que Alicia se plantea estudiando a los mayores, discutiendo refranes y modos expresivos como los dichos populares bien conocidos, cuando crezca y bien podemos percibirlo, necesitará saber más, tanto como la historia de sus padres y abuelos, y al tiempo, de la gente del pueblo de Ávila donde ella vive y donde sucede todo, aunque como bien dice, no es necesario circunscribir la historia a un topónimo concreto, porque se multiplica en tantos pueblos de España.

En los pueblos, el poder se detentaba a menudo por gentes, alcaldes, curas y caciques sin demasiada educación, ni  ética ni moral, y su presencia dominaba en todas partes. Una guardia civil, la de entonces, con frecuencia carente de educación y muy bruta, se deleitaba haciendo gala del poder que el estado franquista le confería, usándolo en ocasiones para apalizar y asustar a sus gentes con abuso de poder sin control ni castigo.

La crónica de la guerra civil y la posguerra contiene las claves de la desgracia de algunas gentes y familias, cultivada en la inquina ante los privilegios amenazados por la República y en la exigencia  de control y dominación posterior. Un caso ejemplar es la crueldad de un padre arquetípico, el de María, capaz de denunciar a un inocente como era Juan, solo para evitar que se casara con su hija, lo que desencadena una sucesión de tragedias y actos injustos, incapaces de conmoverle y de dar por terminado su desahogo de soberbia familiar, inconmovible frente a los suyos. Solo la dignidad y la oposición final a ese poder los mantiene completos como seres humanos que sufren la represión intramuros  del hogar y, afuera, la institucional en cuanto ponen un pie fuera de la casa. Así, María, conseguirá casarse con Juan tras una larga pelea, convencida de un amor que merece la pena conservarse. Esa es la otra lección poderosa de este libro y Nieves lo repite a menudo. El Amor con mayúsculas es lo único que salva a los seres humanos de la absoluta desdicha. Con la complicidad de las mujeres en la novela, no lo olvidemos. También la cultura es sanatoria en este libro, la que tanto venera y desea Juan para él y para los suyos. La lectura como tabla de salvación cuando nada se tiene pero puede imaginarse todo, y hasta evadirse de la cárcel a través de los libros.

Conocer el paso por los campos de concentración y los trabajos forzados, del fino cantero Juan, con el trato consustancial a esos lugares, y saber cómo se trabajaba, por ejemplo, en el monumento del Valle de los caídos, es también esclarecedor, porque si bien sabemos que los presos fueron quienes lo construyeron a costa de sus vidas, la novela nos introduce en el sistema de trabajo y en la distribución del mismo, así como en la gestión corrompida del dinero, y podemos comprender bien que si nuestro protagonista Juan, salvó la vida, fue sin duda y exclusivamente por ese trabajo concienzudo de maestro cantero que pudo llevar a cabo, porque operaba como tabla de salvación mental para él mismo.

Si algunas personas jóvenes vinieran a preguntarme por qué les recomiendo este libro, les diría sin dudarlo que el aprendizaje que la ficción también brinda, es a veces más efectivo que un libro de historia donde no aparece lo que aquí se cuenta. Y si importantísimo es asomarse a los buenos libros de historia, la ficción nos acerca a las historias personales y reales, en este caso, con tanta profusión de datos, aclaraciones sobre las investigaciones llevadas a cabo por Nieves en archivos y publicaciones de la época, que la realidad debe ser como la cuenta su protagonista, y con tal veracidad que la conmoción y el conocimiento van de la mano inseparablemente y para siempre, en esta historia común que nos vincula.

Ana García Negrete, 2021