Hora punta

(CAPÍTULO 2. NANAS LÉSBICAS, SILVIA CUEVAS-MORALES)

Sábado, la luz de un nuevo día despierta a Carla que se estira perezosamente. Mira el reloj y al moverse nota un aroma a sexo que le recuerda la noche anterior. ¡Vaya fiesta! Quién dijo que en esta vida había que estar en pareja para gozar  sexualmente… y aún más, quién necesita a un macho para satisfacer a una mujer, cuando le basta con un cuerpo semejante o su propio cuerpo. Hacerse el amor es lo más placentero del mundo, aun-que, claro está, de vez en cuando no está mal compartir el lecho con una amante sabia. Bueno, tampoco es que haya que compartir una cama para hacer el amor, sólo se necesitan dos personas que se atraigan y se puede hacer en cualquier lugar, hasta en el metro…

Carla recuerda la primera vez que tuvo un encuentro a la hora punta en el metro de la ciudad de México. Ya le habían advertido de que tuviera cuidado con las manos inquietas que solían deambular cuando el metro estaba lleno, pero nadie le advirtió de lo placentero que podía ser si no tenía cuidado…

Era primavera, Carla se encontraba de viaje por trabajo, ya que su agencia la había enviado a hacer un reportaje sobre las ruinas mayas de México. Aprovechando unos días libres se encaminó a visitar a la madre de una amiga mexicana que vivía en Madrid. El metro estaba repleto, la gente no paraba de entrar en el vagón y nadie salía, cada vez más cuerpos se pegaban al de ella y le era difícil saber si la persona que sentía detrás se le arrimaba a propósito o era resultado de la  inevitable falta de espacio. Frente a ella, un chico joven desviaba los ojos intentando evitar su mirada, cohibido por la cercanía de Carla, que con tantos apretujones ya estaba comenzando a fantasear. Carla también pretendía no mirarlo y miraba fijamente hacia la puerta, mientras el vaivén rítmico del metro hacía que cada vez con más intensidad sintiera un cuerpo pegado al de ella. En una parada el metro se detuvo en seco y Carla se sorprendió al notar que la persona que tenía detrás no era un hombre, sintió unos pechos en su espalda y eso la tranquilizó un poco aunque también le produjo un ligero cosquilleo en la nuca.

Sentía los pechos de la mujer rozándole la espalda, notaba cómo los pezones de la mujer la acariciaban suavemente a través de la tela de su blusa. Carla tragó saliva, retrocedió un poco y disimuladamente acopló su cuerpo hasta sentirlo contra el cuerpo de la desconocida. Podía oler el excitante perfume de la mujer y su respiración, tan cerca de su oreja, que temió sonrojarse. Por suerte hacía calor y todo el mundo iba un poco sudoroso. Carla levantó la chaqueta que llevaba y se la puso delante. De pronto sintió que unos dedos acariciaban sus piernas por la parte posterior, centrándose en la parte de atrás de sus rodillas. Un contacto leve que lentamente ascendía hacia sus nalgas, haciéndole cosquillas, suavemente al comienzo para luego ir presionando y apretando su carne cada vez con más firmeza. Carla sentía la humedad entre sus piernas y temió mojarse completamente y empapar los pantalones ligeros que llevaba. La mano no se conformó con sus nalgas y Carla sintió que aquella mano buscaba penetrar entre sus muslos. Carla los separó un poco, colaborando fielmente en esta nueva situación. La mujer fue introduciendo los dedos con lentitud, abriéndose paso en su entrepierna, empujando el material de sus pantalones en el agujero mojado que le daba la más cálida de las bienvenidas. Más gente subió en la próxima estación, forzándola a apegarse aún más. El contacto de esos de-dos hurgando en su interior la estaban excitando muchísimo y tuvo que reprimir las ansias de moverse y menear sus caderas para sentir los dedos todavía más. La respiración de la mujer le llegaba caliente a su oreja, sentía su aliento en el cuello y aguantó las ganas de darse la vuelta y ver el rostro de la dueña de esa mano que la estaba transportando al paraíso.

El chico de enfrente parecía darse cuenta de lo que estaba sucediendo y ahora no le quitaba los ojos de en-cima. El hecho de sentirse observada la excitaba aún más. Otra estación y algunos pasajeros se bajaron de-jando espacio libre. Ellas continuaron pegadas, fundidas cuerpo con cuerpo, los dedos de la desconocida presionaban cada vez con más fuerza y rapidez; las puntas de los dedos casi alcanzaban el deseoso clítoris de Carla. Ésta ya casi no podía soportar su excitación y deseos de abrazar a esa mujer que le estaba haciendo sentirse tan emocionada de placer…

Otra parada y Carla sintió que su amante la abandonaba, “¿Me dejas salir?”, le dijo una voz, tocándole el brazo con una caricia sutil. Era una mujer de unos cuarenta años, morena, mejicana sin duda por el acento, con una hermosa cabellera. Se abrió paso y se bajó del metro seguida del chico que las espiaba. Carla la observó desde el vagón y vio cómo la mujer le sonreía a la vez que cogía de la mano al joven y se llevaba la otra mano a la boca, enviándole un beso impregnado de su propio aroma.